En la actualidad hay alrededor de sesenta y cinco conflictos armados en nuestro mundo: el histórico palestino-israelí, los frentes internos abiertos en Latinoamérica, África y la instalación de las fuerzas islamistas…Profundas crisis humanitarias en Afganistán, Yemen o en el lejano, para nosotros, Myanmar.
La reciente guerra en Ucrania, sí que nos pilla más cerca. La guerra de Ucrania nos pone delante a todas horas, no sólo los ataques aéreos o la llegada de tanques a ocupar ciudades, sino también el trágico problema de la búsqueda de refugio.
Y es aquí donde vemos las lágrimas de las mujeres. Mujeres que han dejado atrás sus hogares, a sus compañeros, a sus padres y madres ancianas que no quieren abandonar su patria, la que llevan dentro, porque dentro llevan escritas sus vidas. Mujeres que dejan hijos adolescentes con un arma en las manos.
Esas mujeres que llegan a las fronteras lo hacen con el futuro cargado a sus espaldas. Se han hecho responsables de los niños y las niñas de su país, a los que están poniendo a salvo del horror, la destrucción y la muerte. Se han hecho cargo de quienes serán los hombres y las mujeres ucranianas que tendrán que reconstruir su país cuando todo acabe.
Y en este lado de la línea de fuego seremos las mujeres de la Europa Occidental las que mayoritariamente los acogeremos y cuidaremos hasta que los niveles de testosterona bajen y se pueda poner fin a este error infinito que son las guerras.
Leyendo un reciente libro de Isaías Lafuente, “Clara Victoria”, sobre la aprobación del voto femenino en la Segunda República española, me encuentro que en aquel otoño de 1931, una delegación española a la Asamblea de la Sociedad de Naciones (una especie de ONU de entreguerras) de la que formaba parte Clara Campoamor, logró que se aprobase una resolución que reconocía la contribución política de las mujeres en el mundo con estas palabras : “ La asamblea, convencida del gran valor de la contribución femenina a la obra de la paz y de la buena armonía de los pueblos, fin esencial de la Sociedad de Naciones, ruega al Consejo que examine la posibilidad de intensificar la colaboración de las mujeres en la obra de la Sociedad de Naciones”
Esta contribución siempre ha existido y existe; contribución a la paz y a cargar con las consecuencias de las guerras.
A los europeos y europeas ya se nos está hablando precisamente de estas consecuencias, en absoluto comparables con las que están sufriendo quienes están en tierra de conflicto. Nuestra sociedad occidental en su conjunto tendrá que llegar a un acuerdo de ciudadanía para soportar este peso entre todos. No podemos pensar en que unos lo lleven más que otros.
Por eso desde aquí mi petición de que no seamos las mujeres las que más precio paguemos en la crisis que se avecina. Es importante que se lleven a cabo actuaciones y políticas feministas que son las que nos hacen más iguales. 20.000 millones de euros en Políticas de Igualdad en los próximos cuatro años. El 70% de estos 5.000 millones anuales destinados a pagar bajas por maternidad y paternidad, 17% para escuelas infantiles, 500 millones para cerrar la brecha de las pensiones de las mujeres mayores y otros 500 para asistir a mujeres maltratadas.
Son ayudas a las familias, a la conciliación y a los cuidados, para que cuando vengan mal dadas no paguemos siempre las mismas. Y por esto, es necesario que se callen YA todas esas voces que cuestionan medidas a favor de la igualdad entre hombres y mujeres. Voces entregadas a los más rancios planteamientos misóginos y torticeros que sólo intentan confundir.
Cualquier medida que mejore las condiciones de vida de las mujeres, mejora las condiciones de vida de la mitad de la humanidad y, por tanto, de la humanidad entera. De la protección y calidad de vida de las familias, niños y mayores, de hombres y mujeres. ¡Qué fácil ha sido siempre que las mujeres hayamos pagado siempre las consecuencias de las crisis!
Por eso, ni en la guerra ni en la paz, bajaremos nuestros brazos, ni dejaremos de defender nuestros derechos
María Jesús Moreno