A diario nos bombardean con números. La prensa, los noticiarios, los programas televisivos y las redes sociales están llenos de números y estadísticas a las que nos hemos acostumbrando tanto que ya no percibimos las tragedias que llevan consigo. Cifras de parados, de desahucios, de despidos, de ahogados en nuestras costas, de personas sumidas en la pobreza y de pensionistas que no llegan a fin de mes. Desgracias que de tan repetidas ya no nos impresionan.
Nos acercamos al 25 de noviembre, Día internacional de lucha contra la violencia machista, y siempre hay quien opina que con la que está cayendo hablar de “asuntos de mujeres” es insignificante y baladí. Quizás deberían tener en cuenta que en derechos humanos no hay prioridades.
El derecho al trabajo o a la vivienda no está por encima de la libertad de expresión, el derecho a la propiedad privada no prima sobre la libre circulación, la autodeterminación de los pueblos o la igualdad en dignidad y derechos. Los Pactos Internacionales de Derechos Humanos que España ha firmado la obligan a cumplirlos todos. Todos. Su no cumplimiento aleja a esta España mía, esta España nuestra, del concepto de Estado de Derecho.
Por eso, en estas fechas, vamos a hablar de mujeres y las mujeres también tenemos nuestros números.
La probabilidad de combinación cromosómica origina, aproximadamente, un 50% de mujeres y un 50% de hombres. Este es el único momento en el que la igualdad entre ambos sexos está garantizada. A partir de ahí la cosa empieza a cambiar.
Desde bebés, con morfologías todavía muy similares, a las mujeres nos visten distinto, nos educan distinto, nos regalan juguetes distintos, nos preparan para roles distintos, nos inculcan valores distintos y, ya en nuestra adolescencia, nos fijan horarios distintos y nos meten el miedo en el cuerpo por los numerosos peligros que corremos.
El fracaso escolar en los chicos (14%) es superior al de las chicas (9%), en la ESO el porcentaje de varones repetidores (49%) dobla, prácticamente, al de las mujeres (26%). Pero es que, además, los premios extraordinarios por rendimiento académico o esfuerzo personal pertenecen a las mujeres de forma tan abrumadora que, en algunos centros, se priman los méritos masculinos para evitar que los varones se sientan convidados de piedra en la fiesta.
Ya en la Universidad, la tasa de rendimiento de las mujeres es casi 10 puntos mayor que la de los hombres (81,9% frente al 72,5%) y más del 61% de las graduaciones en estudios universitarios les corresponde a ellas. Las mujeres registran una mejor nota media en su expediente académico y, lo que es más importante, terminan la carrera en el tiempo estipulado en mucha mayor proporción que ellos (80 frente a 20%).
Sin embargo, en el ámbito laboral un 56,1% de las personas que están en el paro son mujeres, cobran un 30% menos y soportan más precariedad, el techo de cristal las excluye de los mejores puestos de trabajo y, además, las mujeres dedican hasta un 56% de su tiempo a tareas y labores no remuneradas mientras que los hombres solo dedican un 30%.
Toda esta falta de valoración social y económica crea relaciones de dependencia, sometimiento, pérdida de autoestima, sensación de inferioridad y fracaso… el perfecto caldo de cultivo del maltrato.
El 31% de las mujeres, casi una de cada tres, ha sufrido acoso. Nada menos que el 29,2% ha sufrido violencia verbal y un 12,5% de las mujeres españolas mayores de 16 años ha sufrido violencia física o sexual de sus parejas o exparejas a lo largo de su vida.
Las adolescentes de 16 y 17 años se encuentran entre los colectivos más vulnerables, solo superadas por las mujeres con algún tipo de discapacidad. Una de cada cuatro mujeres jóvenes (25%) ha sufrido la violencia psicológica del control, de impedir ver a amigos o amigas, de tratar de evitar la relación con la familia, de insistir en saber dónde se encuentra en cada momento, etc.
Por otra parte, los hijos e hijas de las mujeres que sufren la violencia machista han sido testigos del maltrato en un 85% y en un 66,6% de los casos también ellos fueron maltratados.
En 2017 hubo 166.620 denuncias por violencia machista y solo el 0,01% de las denuncias fueron falsas. Entre 2009 y 2016 las condenas por denuncias falsas fueron 79, frente a las 1.055.912 denuncias presentadas en esos años.
En los tres primeros meses de 2018 se produjeron 371 agresiones sexuales con penetración, o lo que es lo mismo, una cada 5 horas y 49 minutos. Si consideramos la “estadística oculta”, mujeres que no denuncian, agresiones sexuales que se producen en la infancia o a mujeres con discapacidad, las cifras son escalofriantes.
En lo que va de 2018 los feminicidios “oficiales” de mujeres son 43, ha habido 9 víctimas mortales infantiles y la cifra global se eleva a 88 si añadimos los que continúan siendo investigados o faltan datos.
Son cifras frías. Frías pero ciertas. Números que esconden personas con nombres y apellidos, familias, amigas y amigos que sufren. Vidas y proyectos truncados. Cifras frías que hombres y mujeres tenemos el deber de “calentar”. ¿Cómo? Recordando, dejando de mirar a otro lado, denunciando, colaborando, educando, cambiando comportamientos, ayudándonos, exigiendo leyes y dotaciones económicas que posibiliten su cumplimiento y, sobre todo, movilizándonos en calles y plazas para que se sepa que esto solo acaba de empezar, que no hay vuelta atrás, que la igualdad está ahí, que lo conseguiremos, que las mujeres ya no callamos.